Policy Brief 6 – Chile ante la encrucijada regional

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Una política exterior progresista para la cooperación e integración en América Latina y el Caribe

Resumen Ejecutivo

En un escenario global de creciente inestabilidad y competencia entre potencias, América Latina y el Caribe enfrentan desafíos comunes que requieren respuestas colectivas. Chile no puede marginarse de este proceso. La región vive una encrucijada: aunque se ha avanzado en la creación de mecanismos de diálogo regional, persisten profundas dificultades para traducirlos en cooperación e integración funcional. En este contexto, un próximo gobierno progresista debe renovar el compromiso con una política exterior latinoamericana activa, pragmática y orientada a resultados. La cooperación y la integración regional no son un fin en sí mismo, sino una herramienta estratégica para aumentar la autonomía, enfrentar desafíos globales y mejorar la calidad de vida de nuestras sociedades.

1. Diagnóstico: baja interdependencia regional, cooperación en crisis, desafíos persistentes

La región sufre los efectos de fenómenos transnacionales como el crimen organizado, el cambio climático, las pandemias o la transformación tecnológica, problemas que ningún Estado puede resolver de forma aislada. A pesar del aumento de foros de diálogo, los mecanismos de cooperación se han debilitado, la voluntad de los Estados para avanzar hacia esquemas de integración es limitada, y los canales básicos de concertación están estancados.

Desde la década de 1990, la opción regional ganó fuerza como respuesta intermedia entre la acción bilateral y el multilateralismo global. Sin embargo, persisten obstáculos estructurales que dificultan avanzar hacia una integración profunda y efectiva. Nuestra región es más interdependiente de socios extra-regionales que de sus propios vecinos, lo que limita los incentivos para cooperar. Además, la diversidad política y económica, la falta de metas compartidas y la reticencia a compartir soberanía explican la fragilidad de los proyectos regionales. No obstante, los desafíos comunes siguen ahí, y las respuestas individuales han demostrado ser insuficientes.

Ante este panorama, es fundamental repensar la cooperación regional desde una lógica funcional. Debemos partir por identificar los problemas concretos que enfrentamos —su escala, complejidad y urgencia— y, sobre esa base, diseñar arreglos institucionales adecuados, realistas y flexibles. Una estrategia inteligente no busca uniformidad, sino respuestas diferenciadas, ajustadas a la naturaleza de cada desafío.

2. Principios para una política exterior progresista en América Latina y el Caribe

Un nuevo gobierno chileno debería guiar su política regional sobre la base de los siguientes principios:

  1. Inserción con autonomía: promover una presencia activa de Chile en América Latina y el Caribe, basada en sus intereses y valores, fortaleciendo la capacidad regional de acción frente a desafíos globales.
  2. Adaptación creciente: desarrollar capacidades institucionales y políticas para aprender, ajustar y evolucionar continuamente, respondiendo con flexibilidad a las condiciones cambiantes del entorno regional e internacional.
  3. Cooperación orientada a resultados: privilegiar mecanismos flexibles y efectivos que respondan a problemas concretos y generen bienes públicos regionales, tales como la infraestructura.
  4. Inclusión y articulación: integrar a actores no estatales —sociedad civil, sector privado, academia— en el diseño y la implementación de iniciativas regionales, articulando redes multidimensionales con los gobiernos como facilitadores.

3. Seis recomendaciones clave para una agenda de gobierno

  1. Definir objetivos estratégicos claros para América Latina y el Caribe, con metas diferenciadas según la escala (bilateral, subregional, regional o multilateral) y la naturaleza del desafío.
  2. Ajustar las respuestas institucionales al problema de acción colectiva, evitando modelos rígidos. Fomentar la cooperación técnica o la concertación en contextos como el actual, cuando no se observan condiciones para una integración profunda.
  3. Fortalecer y racionalizar la arquitectura regional existente, evitando la duplicación de esfuerzos y asegurando que cada mecanismo tenga una función clara, operativa y complementaria.
  4. Impulsar una diplomacia de nicho, consolidando el liderazgo de Chile en áreas donde tiene ventajas comparativas: infraestructura, gestión de riesgos de desastres naturales, medio ambiente, protección oceánica, equidad de género y apertura comercial.
  5. Priorizar la provisión de bienes públicos regionales visibles y concretos, como infraestructura física y digital, armonización normativa, salud o combate al crimen organizado.
  6. Articular redes con actores no estatales, fortaleciendo el rol del Estado como articulador de alianzas con la sociedad civil, el sector privado y la academia para una integración más inclusiva y sostenible.

4. Conclusión

En un contexto internacional adverso, América Latina y el Caribe necesitan más cooperación e integración, no menos. Chile debe asumir un rol activo y propositivo, articulando una política exterior que combine visión global con estrategias específicas. Un liderazgo progresista exige avanzar hacia una adaptación creciente, que fortalezca nuestra autonomía y capacidad de incidencia regional. La cooperación y la integración no son un ideal abstracto: son una herramienta concreta para responder a los grandes desafíos del siglo XXI.

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